Monday, December 10, 2007

Identidades en la literatura boliviana

El niño araña
Dedicado a la capital plena de Bolivia y a su maravillosa gente

:: Francis Schwitzgebel-Torres.

Considero que para comprender la literatura boliviana en general es importante reflexionar acerca de su proyecto de individuación, es decir, el impulso vital que cataliza su búsqueda por diferenciarse del entorno, un intento de desprenderse de la fluidez caótica imparcial de otras literaturas, categorizadas como "literatura europea", "literatura universal" o incluso, recuperando la nueva palabra de moda, "colonizadoras", con el objetivo de consolidar una identidad.
Considerando que la identidad es una construcción cambiante, la tarea es mucho más difícil. ¿Quién es Bolivia? Es una respuesta que sólo se puede responder en consideración de un marco espaciotemporal y subjetivo definido. "depende", será la respuesta más relevante. Es así que mi reflexión se fundamenta en explorar la narrativa boliviana de aquí y ahora, partiendo de un pequeño cimiento metanarrativo. Antes de continuar, sin embargo, debo aclarar lo obvio: que es imposible ser exhaustiva en este breve pero valioso instante que compartimos en el evento que nos reúne y dejo expuesto que me tomé cierta licencia en la estructura y selección de las obras aquí citadas y estudiadas con la intención de ser lo más breve y sucinta posible en aras de crear un cuadro relativamente representativo, considerando el tema que nos agrupa hoy.
Hallo que la literatura es el campo privilegiado que permite entender, tal vez mejor que otra práctica, la construcción social, puesto que explicita los discursos verbalizados y, más importante aún, no verbalizados de un grupo humano particular: se constituye, entonces, en el espacio secreto que se halla detrás del velo, el ámbito donde se activan, se encarnan, las aspiraciones, las expectativas, temores, fantasías, deseos y tabúes del colectivo y el individuo. Al escribir, y valga esto como advertencia a todos quienes pretenden ser literatos, debemos hacerlo totalmente dispuestos a decir lo que no tenían intención de decir. Lo expresado cobra vida en y gracias a los ojos que lo leen: la literatura no la hacen los autores, sino los lectores cuya subjetividad - perspectiva política, contexto, religión, subjetividad-es la que destila el sentido. La experiencia literaria es, y debe ser, íntima, no explicatoria ni pedagógica. Así, la presente ponencia es el campo donde expreso mi lectura, como creadora de experiencia y sentido literarios desde mi subjetividad femenina y mi cuerpo de mujer, es decir, mi identidad sin la intención de ejercitar una tiranía interpretativa, sino crear una instancia de resonancia enriquecedora.
Literatura polivocal: El ‘Nosotros’ Boliviano o la Cosa Nostra Boliviana?
La idea de una literatura nacional implica una creación fundada en letras (léase: discursos) atributos característicos específicos a una nación con valores percibidos como relativamente estáticos y va de la mano con la intención de destacarse por encima de una massa confusa. Este deseo se evidenció en una entrevista que me hizo Martín Zelaya, donde me preguntó por qué ninguno de los escritores bolivianos logró ubicarse en un puesto destacado en el panorama internacional? (http://www.lostiempos.com/lecturas/06-08-06/arte.php). Respondí que el problema no
depende del origen o la nacionalidad, sino de la calidad de la literatura, y ello es un problema estructural en el sistema educativo… [y además a que quienes escriben] están tan preocupadas por las buenas intenciones, y costumbres y morales y estilos literarios serios, que solamente hacen literatura somnífera
Quisiera, entonces, aprovechar esta instancia, y la gentil invitación de Alex Aillón para ampliar mi respuesta.
Hablando francamente, creo que cuando una literatura boliviana es buena, no está mal, aunque sí tenemos excepciones geniales contemporáneas como la obra de Adolfo Cáceres, Alison Speeding, Jesús Urzagasti, Homero Carvalho y la más reciente y agradable sorpresa de todas, la poesía de Claudia Peña Claros. Sin embargo, en honor a la honestidad, debo dejar en claro que, cuando la literatura boliviana es mala, es total y absolutamente irrecuperable.
Sin querer evocar un discurso victimista, sigo pensando que la literatura del país adolece de muchos males que no se fundan en lo geográfico, sino en una dimensión muy cercana, la histórica, y otro sistema que consistentemente adquiere proporciones monstruosas - las editoriales multinacionales (no necesito dar nombres, todos sabemos a cuál me refiero - a la responsable de promover incondicionalmente adobes ilegibles tales como la novela Magdalena en el paraíso, la insoportable La doncella del barón Cementerio, el remedo saramaguiano, cortazariano, joyciano de El agorero de la Sal que, a título de premios nacionales de novela. Dedicaré brevemente la primera parte de mi reflexión a la dimensión histórica, con pinceladas dirigidas a la segunda dimensión.
Enfrentando el vacío: la plantilla de autor
Mi primera hipótesis sustenta que la baja calidad literaria boliviana no se debe sólo a que cualquiera con la habilidad de sostener una pluma y una relación de amistad o parentesco con un miembro del mundo editorial - puede publicar un libro con el valor agregado de tener un comentario adulador de alguna pequeña celebridad local que, haciendo gala de una retórica de largo aliento, trata de convencer al público lector que este libro que sostiene en sus manos no sólo constituye el futuro de la literatura boliviana, sino que dará sentido a su aburrida existencia. Estoy convencida que el bajo reconocimiento que recibe la literatura boliviana se debe fundamentalmente a la mala calidad de muchas de sus producciones - especialmente cuando recibieron descaradamente los honores literarios contemporáneos más importantes del país -. A su vez, pienso que esto es consecuencia de la dictadura, trauma cuya la estela persistente segó la tradición literaria del país. La literatura es una construcción sociocultural íntimamente imbricada en el marco de aquellas libertades garantizadas por el Estado, pero también desarrollado a partir de las contribuciones de cada generación. De ello, resulta lógico que un país sujeto a casi tres décadas de dictaduras carezca de una sólida tradición literaria que permita profundizar tendencias propias y crear propuestas que apuntan a la innovación y renovación con óptica específicamente dirigida. Los efectos catastróficos de estos treinta años - en realidad, dos generaciones - de persecución y desapariciones forzosas, desafortunadamente se sienten hasta el día de hoy: al no haber una tradición literaria continua, tampoco hay una sólida tradición de ruptura literaria, i.e. de innovación de referencia y densidad específica boliviana. Sin ruptura, no es posible la innovación: sin la innovación, no es posible la diferenciación; sin la diferenciación, no hay identidad posible.
De humo y espejos: pastiche, influencia y el autor/simulacro
Considerando que las innovaciones se arman sobre los hombros de los gigantes, hallo que los autores bolivianos que se desarrollaron bajo el signo y sello de la dictadura tuvieron que pararse sobre los hombros de "padres literarios postizos" de los países vecinos - de ello la proliferación de los clones de Borges o Vargas Llosa y, más recientemente, Roberto Bolaño. Sin embargo, lejos de que esta estrategia se fundase en la creación de un proyecto literario personal, muchas veces esto significó, entonces, recurrir al pastiche - la imitación literaria, estilística, a veces utilizada como homenaje, a veces, en sus ejemplos más extremos, como parodia. El pastiche, además, se popularizó en la literatura hispanoparlante en los años sesenta , y comenzó a adquirir fuerza en Bolivia a fines del siglo XX, sin muestras de detenerse en el territorio nacional - es más, hallo que el pastiche actualmente se halla recibiendo reconocimiento en las premiaciones literarias bolivianas, sin reparar en su dimensión verdadera como técnica literaria circunscrita a la imitación ligera de estilo autoral, que puede llegar a ser humorística, pero siempre es respetuosa, ya que se funda en el tributo a la contribución de un escritor o género. Sin embargo, para preservar su carácter de tributo, es necesario mantener la distancia necesaria para permitir al lector percatarse de esta dimensión intertextual, un guiño autoral, para suscitar el efecto de complicidad funcional al efecto de la obra.
En el momento en que se cruza esta línea de respeto y se implica autoría original sin el reconocimiento adecuado, se ingresa en el lodazal del plagio, constituyéndose el pastiche, así, una estrategia usada intencionalmente para incrementar la reputación del imitador, que desea presentarse y consolidarse como autor, construyendo su capital simbólico como literato en relación simulada y forzada. El pastiche es una estrategia muy versátil, de lo que deriva su carácter ominoso, pues, incluso cuando la mascarada es expuesta, quien escribe o sus defensores puede excusarlo fácilmente, invocando la excusa de una "influencia autoral", preservando así, e incluso incrementando, el prestigio, presentando al autor pastichero como heredero de un legado literario legítimo; empero, éste es un autonombramiento que simplemente agrava la culpa del plagio - más específicamente la parasitación estilística - con la usurpación.
Consciencia, literatura y crítica
El hecho de vivir y trabajar en uno de los países con mayor grado de analfabetismo constituye el terreno más fértil y propicio para este tipo de producciones. Esta consideración hace que incluso el pastiche bien utilizado - proporcionando el debido reconocimiento a las fuentes originales - constituya un peligro en nuestro contexto. Si bien es cierto que el acto de creación literaria es altamente individualista, ningún escritor puede dejar de considerar su destinatario final: entonces, el autor boliviano debe tener consciencia social de su público meta, sin caer en los falsos reivindicacionismos políticos que socavaron la literatura boliviana durante el siglo XX, pero sí ser, al menos mínimamente, situacional. Esta consciencia también debe hallarse presente en los editores; sin embargo, al fallar todas las salvaguardas, creo es requisito indispensable que esta consciencia sea promovida y blandida por el crítico literario. Por crítico literario no me refiero, y esto debo dejar en claro, por el comentador de contratapa - el público debe entender que éstos son escritores "institucionales" con el discurso adaptado a metas comerciales/editoriales.
El crítico o la crítica, lejos de dar una opinión subjetiva reduccionista, debe exponer el principio activo de la obra que oculta intencionalmente el autor, tratando de no arruinar la posibilidad del gozo lector. Sin embargo, por experiencia propia, ocurrirá que ciertas monstruosidades evadirán todos los filtros editoriales - ya sea a través de la influencia, amistad o parentesco, por ejemplo, - y saldrán a la luz, frecuentemente acompañadas de toda la pompa y circunstancia del marketing editorial de presentación y promoción. Personalmente, considero tales instancias como una abierta declaración de guerra al crítico pensante y honesto . Por desfortuna, el medio boliviano es tan pequeño, que los críticos, comentaristas, editores, periodistas y escritores se conocen todos entre sí, y una crítica honesta supondría, con mucha frecuencia, la muerte de una amistad. Entonces, me pregunto, ¿dónde queda la responsabilidad profesional, ética y moral del crítico? ¿Cómo puede un crítico quedarse callado? ¿Cómo puede dormir de noche sabiendo que no sólo reprimió lo que piensa, a pesar de tener toda la evidencia, sino que incluso elogió el cuerpo del delito? Tal vez la respuesta sea tan fácil como simplemente leer unas cuantas páginas del libro en cuestión y se tendrá el sueño asegurado. Luego, cuando el aspirante a gran literato solicite una "crítica honesta", el comentarista puede recurrir a una de muchas salidas fáciles - una entrevista en la que sea el autor quien hable sobre su propia obra. Si se ha de concretar una literatura nacional, es imperativo que el crítico asuma, tanto como el autor, el compromiso que este proyecto implica, pues el estado deficiente, infantil de la crítica -y, así, la literatura - es agravado por la apatía o la incompetencia de parte de quienes deberían desafiar las obras de bajo nivel y exigir algo mejor; explorar alternativas - pienso, por ejemplo, las iniciativas de los cartoneros - e incluirlos dentro de debates para construir puntales teóricos en lugar de alimentar las limitaciones, omisiones y supresiones de estas otras literaturas
La apropiación de las estrategias y técnicas literarias de estos autores se observa claramente en, por ejemplo, "El Delirio de Turin" - que noveliza el cuento "El Jardín de los senderos que se bifurcan" de Borges - a partir de la narración en segunda persona (pienso en Calvino, en Fuentes); o su colección de relatos cortos Desencuentros, promocionada bajo el eufemismo de asimilar "todas las influencias [literarias del autor] hasta dar con un registro propio" (Paz Soldán, 2005), premisa que parece distinguir toda su producción luego de Días de Papel. Tampoco puedo dejar de mencionar el premio nacional de novela actual Fantasmas Asesinos, de Wilmer Urrelo, que exhibe, más que una influencia, una enorme deuda estilística a Vargas Llosa, así como el mismo premio anterior - El agorero de Sal, de Luisa Fernanda Siles, que no sólo presenta a decenas de personajes bidimensionales, una cronología confusa - que reemplazan la trama por la maraña - sino una cantidad descarada de imitaciones de registros estilísticos que crean una novela que es más cacofónica en lugar de coral, y uno de los más potentes somníferos conocidos hasta ahora en el campo de las letras. Lamentablemente, uno de los relatos mejor resueltos estilísticamente, donde el pastiche es manejado justificadamente - me refiero a "La Secta del Félix" de William J. Camacho - llega en mal momento, pues cae como una gota más en el mar de lo que parece ser una literatura nacional que no supera la dimensión virtual.
Sin embargo, no todo está perdido: hallo nueva esperanza en los lugares más pequeños, las márgenes, editoriales independientes que apostaron por renovar la literatura con voces auténticas. Es a ellas a quienes me gustaría considerar en la segunda parte de mi reflexión.
La falacia del artista joven
La juventud es desperdiciada en los jóvenes, nos decía Oscar Wilde. Tal vez Wilde se hubiera sentido mejor si es que hubiera considerado que la categoría "juventud" no es más que un constructo cultural occidental, que no existe en las culturas pre-modernas, donde un ritual iniciatorio constituye el límite entre la infancia y la madurez plena. La juventud y, por ende, el artista joven son categorías creadas por un establecimiento paternalista que se funda en la idea que esta etapa liminal es una de maduración, un estadio donde la torpeza y la rebeldía son rasgos esperados. Lamentablemente, esta actitud de condescendencia puede ser terriblemente perjudicial en términos de la construcción de una literatura nacional, pues lleva a valorar no a la obra en sí misma sino las características físicas y biológicas del autor, que constituyen garantía de "promesa" a futuro. La crítica, sin embargo, no puede pecar de crédula: debe evaluar el producto concreto, no la promesa.
La juventud, creo, no debe ser antónimo de madurez: y afortunadamente la literatura boliviana actual nos ofrece autores maduros que, por casualidad, no sólo son jóvenes, sino son escritores en cuya obra se reflejan las políticas identitarias del contexto boliviano contemporáneo, expresadas en las dimensiones espaciales, culturales, de clase y género.
II
REPRESENTACIONES Y ANTIAPOCALIPSIS: las políticas de la identidad regional, de clase, de género y literaria desde la obra de tres autores bolivianos jóvenes
…las manos de la puta le quitan la camisa, piensa en sus amigos en ese momento, en lo que estarán haciendo todos sus amigos en ese momento, las manos de la puta le quitan el pantalón, soy… intenta decir el enano Fernández en voz baja, piensa en su borrachera de unas horas antes, sus manos le quitan el bóxer (sic), el enano Fernández piensa en su hermana menor, ya lo sabemos, dice ella.


Rodrigo Hasbún

Ya en Los Daños podemos hallar que Barrientos centra sus esfuerzos en la creación de una voz de autor propia -es decir, una identidad - a partir de la experimentación con recursos como la repetición, que contribuyen a crear ritmos y caesuras, otorgándole a todo el texto una cierta cualidad musical, un nivel básico sobre el cual habrá de construir sentidos y un efecto multimedial. Esto es observable especialmente en el cuento que inaugura la colección de Hoteles, "Primeras canciones". Allí, sobre el mencionado cimiento sonoro, Barrientos coloca delicadamente tableaux, tajadas de vida de personajes en momentos críticos y determinantes de su vida, instancias que habrán de tener repercusiones a largo plazo, repercusiones que podrán ser discernidos sólo desde un tercer nivel, construido por el uso de la voz narrativa en tiempo potencial. Efectivamente, Barrientos presenta cuadros cotidianos que, bajo circunstancias otras que la literaria resultarían aburridos; sin embargo, la intrascendencia de estos aislados cubículos narrativos de la cotidianidad queda equilibrada gracias a un punto de vista singular desde el cual el lector puede ver el pasado transformarse en presente y futuro, casi simultáneamente: una visión verdaderamente omnisciente, una experiencia de trascendencia temporal. El autor transmite movimiento, más éste no se halla en el nivel narrativo sino en el nivel de la lengua, un movimiento de reciprocidad, de contrapunteo entre el plano narrativo y el plano expresivo, así como de planos temporales, un ritmo constante hilado en el marco temporal, creando una estructura cerrada de determinividad causal explicitada por la desapasionada voz autoral.
El manejo magistral de los múltiples niveles de efecto - donde influye su experiencia en la música, el cine y la literatura - ya sería suficiente como para colocar a Barrientos en una categoría aparte de escritores, y personalmente creo que todas las críticas que leí, hasta ahora, acerca de su obra desmerecen su aporte a la literatura nacional al divorciar el contenido de sus cuentos de la forma que exhiben sus narraciones. Sin embargo, es en el campo de la representación de una identidad de clase a partir del espacio donde realmente hallo mi gozo como lectora.
Barrientos construye el escenario general de la ciudad de Santa Cruz a lo impresionista - dejando caer referencias a calles, pubs, restaurantes, etc., que transitan sus personajes, una poética del recorrido finamente pensada para delatar la pertenencia social y trasfondo cultural de los mismos; sobre este cimiento, se construyen personalidades de estos jóvenes de una capa social específica a partir de la fantasía y el deseo, y lo que vemos es un panorama antiapocalíptico, pues estos jóvenes habitan donde lo prefabricado y la pose niegan lo espontáneo; sus cogitaciones son autísticas, no permiten una apertura apertura al mundo; sus referencias culturales -música rock de los 90, cine norteamericano - delatan que existen liminalmente, en un tiempoespacio baldío - Bolivia, obviamente - cuando preferirían estar en cualquier otro lado, hacer cualquier otra cosa que lo que hacen.
Esta mirada íntima del joven boliviano oriental que obtenemos de la obra de Barrientos encuentra resonancia en la colección Cinco, del cochabambino Rodrigo Hasbún que nos muestra una visión más profunda y nefasta de los jóvenes varones del valle. Si bien Hasbún, a diferencia de Barrientos, niega toda alusión a la ciudad de Cochabamba o a Bolivia - muy probablemente como estrategia para insertarse en el ámbito de la literatura universal - los referentes se hallan ahí, entrelíneas, en los rituales de tránsito, en las dinámicas sociales, en las fantasías y aspiraciones aculturadas típicas del Tercer Mundo. Poseedor de una admirable fluidez para escribir, Hasbún representa una generación de hombres que aprendió a pensar en mujeres desde la óptica trillada del varón heterosexual, cuya fantasía sexual no supera una genitalidad estereotipada que, detrás de su veneración del falo - motivo recurrente en todos los cuentos -, oculta un profundo temor, cuando no odio y repudio a lo femenino, y un vocabulario emocional forjado por el burdel y el video porno, dentro del círculo de la "cofradía de machitos" de "familia bien" que, además, no dudan en presumir de los privilegios de clase que adquirieron por nacimiento en lugar de esfuerzo. Esto se observa claramente en "Reunión", donde un grupo de ex compañeros de colegio se encuentran para celebrar y, sin saberlo uno de los personajes, apodado el Enano Fernández - terminarán visitando un burdel para completar la noche. La voz narrativa fluctúa: a momentos los lectores participamos de la acción desde la perspectiva omnisciente, en otros, a través de los ojos de Fernández, de Julián: sin embargo, jamás se activa la mirada del otro femenino; jamás podemos ver a través de los personajes de Robinson y Andrade, quienes exhiben un comportamiento homoerótico explícito, ni llegamos a conocer a las putas del burdel por su nombre - simplemente son referidas como putas todas - la categoría femenina queda innominada, invalidada, despojada de toda posibilidad de identidad y voz: desidentificada.
"Álbum" y "Amanda" constituyen interesantes justamente por contrastar con reunión en el sentido que la voz autoral es asumida, al menos temporalmente, por una mujer; sin embargo, la manera en que la narradora de "Álbum" expone su intimidad agresivamente de inmediato delata esto como un recurso para poseer y dominar lo femenino, distorsionarlo y acomodarlo: Alejandra es representada/se representa como una narcisista terminal, histérica que desea mimetizarse, parasitarse a su pareja - un novio desapegado que es escritor -, motivo por el cual ella desea constituirse también en escritora; sin embargo, sus intentos por ser letrada fracasan, y termina acomodándose al negocio de su padre. Por su parte, "Amanda" narra la desventura de una niña mulata, que trabaja como sirvienta de una familia burguesa a la cual pertenece Rodrigo, el primer interlocutor. Al quedar embarazada y confesar a Rodrigo su pecado, ella misma admite que el padre "Es de su clase social", de inmediato revelando la consciencia de clase inscrita en ella, su sumisión, subordinación a un sistema que privilegia al rico, especialmente si es varón. La perspectiva narrativa se quiebra a medio cuento, cuando sale a luz el diario íntimo de la sirvienta. Dice Rodrigo:
Llevo un diario hace por lo menos cuatro años. Registro mi vida ahí y a veces siento que vivo únicamente para luego registrar lo vivido…Además, trabajar el estilo y forjar el temperamento. Un laboratorio literario secreto. Una fábrica subterránea (…) ¿Por qué llevaría una criada humilde un diario de su vida?¿En qué detalles se detendría ella, dónde pondría el énfasis?(Hasbún, 2006:64)
Este párrafo devela la cosmovisión de la clase acomodada androcéntrica: el interlocutor es incapaz de equiparar el diario de una humilde esclava a su propio diario; a pesar de hallarse ante una figura que constituye su par simétrico, el proceso de racionalización desconoce, otrifica la intención de la mujer que escribe: cuando el varón acomodado escribe, lo hace como empresa literaria; cuando la mujer de clase baja escribe, el ejercicio es vano puesto que su palabra no tiene valor. Se niega toda posibilidad de simetría equitativa al condenarla. Amanda nunca será más que una puta sin nombre que alguna vez transitó por el espacio de la "gente bien", sin tener opción a pertenecer a éste.
En franco y fresco contraste con estos dos escritores, tenemos a Miguel Lundin Peredo: Peredo pertenece a lo que considero quizá uno de los esfuerzos más importantes por conformar una literatura nacional, fundamentado en un compromiso ideológico y articulado a lo contemporáneo - Yerba Mala Cartonera - un grupo de jóvenes alteños literatos que abogan por hacer la literatura como se debe: con la peor de las intenciones, pues,
La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tu menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta. Pero la vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso nos ha gustado Yerba Mala porque nos van a matar pero van a venir otros atrás, una suerte de terquedad por la supervivencia
Donde que Barrientos y Hasbún sueltan nombres de maestros literarios y artísticos tales como Franz Kafka, Oscar Kokoschka, Phillip Roth, John Coetzee, Sam Sheppard, David Lynch, Robert Mapplethorpe, Jan Saudek, Lou Reed, David Bowie, etc., los escritores de Yerba Mala Cartonera, especialmente Lundin Peredo dejan de lado toda pretensión elitista de estilo y estrategias esnobistas para forzar asociaciones en un intento de engranar con el cánon literario internacional, y blanden en alto su pertenencia de clase y color local a través de su lenguaje e idiosincrasias idiomáticas, bebiendo profundo de las aguas de la cosmovisión urbana marginal, proclamando su admiración por Victor Hugo Vizcarra, Jaime Sáenz y Adolfo Cáceres, Ernest Hemingway y Mary Shelley - sin descategorizar a la literatura nacional de la universal. Sus obras un irreverente picor y una voz autoral auténtica dado su desinterés por los artificios técnicos y por los protocolos exclusivistas del mundo editorial tradicional. Además de la increíble calidad de literatura, Yerba Mala Cartonera funda sus esfuerzos en un activismo social que favorece a las clases empobrecidas, recicla papel y elabora publicaciones artesanales desde el 2006 accesibles a todo bolsillo.
Considero a Lundin Peredo, así como a sus compañeros, como miembro de una rara especie, un hacker literario: un entusiasta literario que trasgrede todo protocolo editorial y expectativa crítica, comprometido con la democratización de la literatura en lugar del elitismo sociocultural posible a través de la letra. Consciente de que en este día y espacio cualquiera puede publicar, difunde su obra Only In Cochabamba Born Pretty Putas a través de un blog y, para quienes se rehúsan a leer su literatura desde el paradigma informático actual, mediante un servicio de impresión por demanda.
En palabras del propio autor, esta novela narra la vida de una birlocha cochabambina que sueña con ser una modelo de fama internacional y cita como una inspiración la lectura de la novela "La niña de sus ojos" de Villamil; empero, la obra tiene una voz propia sin caer en el pastiche; asimismo, Peredo espolvorea toda la narrativa con pequeños guiños al lector boliviano, remitiendo a referentes relámpago a la obra de Vizcarra, Sáenz e incluso la poeta cruceña Claudia Peña Claros - por ejemplo, la protagonista se refiere al hotel Inútil Ardor, remitiendo claramente al primer poemario de Claros exquisitamente ilustrado por Valia Carvalho: afortunadamente, la novela no se pierde en un ejercicio de tributo a los autores de un panteón boliviano.
Si alguna conclusión se podría formular, entonces, es la siguiente: la literatura boliviana se halla en mejores condiciones que hace unas décadas atrás y creo, ahora sí, que hay mucha promesa para el futuro, gracias a una nueva generación de literatos que contribuyen no sólo desde la tan mentada diversidad cultural, sino desde la diversidad de pensamiento y credo, garantía que debe ser la primera en salvaguardarse. Considero que eso se debe a que lentamente se recuperaron las libertades comprometidas durante décadas oscuras; gradualmente, las voces comenzaron a surgir y experimentar sus propios tonos, matices, en resonancia con la diversidad del país. Sin embargo, todavía no salimos del bosque. ¿Qué ocurriría, digamos, si es que se instaura nuevamente un régimen autoritario? Mi predicción es que ciertos patrones se repetirían, por lo cual debemos estar atentos a los augurios ominosos: estos se manifiestan como persecuciones amparados en un discurso moralista retrógrada que, por ejemplo, se enfocarían en cerrar aquellos burdeles de los cuales Hasbún escribe tan libremente; en buscar, ahora, chivos expiatorios a quienes castigar ejemplarmente por, digamos, celebrar fiestas universitarias algo escandalosas desde hace décadas atrás y, quien sabe, eventualmente recurrir a quemar esos artículos que generan demasiadas ideas nuevas, demasiados pensamientos peligrosos: los libros.
Sucre sabe de eso: ¿acaso no fue aquí donde hace unos siglos atrás un grupo de personas, un grupo de lectores inspirados decidió que era tiempo de un cambio? Cito a Edmund Burke: ¿Qué es la libertad sin la sabiduría y sin virtud? Es el mayor de todos los males: es locura, es vicio, es demencia sin cuidado ni límite. Y dónde encontraremos la sabiduría: en nuestras letras*.


*PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SUPLEMENTO PUÑO Y LETRA DE EL PERIODICO SUCRENSE
LLAMADO CORREO DEL SUR

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